Los siete cabritillos y el lobo

Relato con subtexto cabrío

COLABORACIÓN

Pilar Pardo

—¡Vamos, niños, arriba, que me voy al trabajo!

Desde que mamá cabra se divorció del cabrito de su marido, tuvo que hacerse cargo de todo y la prole no era cualquier cosa.

A las 8.00 o’clock, con la puntualidad británica que le otorgaban los genes de su abuelo, perteneciente a la raza Anglo Nubian, salía en dirección al refugio para lobos en el que trabajaba como voluntaria desde aquella sesión de hipnosis tras la que no volvió a ser la misma. Nadie la entendía, pero poco le importaba. Las vecinas la criticaban y se rumoreaba que estaba enamorada de uno de ellos.

Aquel día los cabritillos habían terminado sus clases y estrenaban vacaciones. Mamá cabra había contratado al vecino leñador, recién jubilado, para que hiciera de canguro, ya que después de la que liaron la última vez, no se fiaba de ellos. El leñador vivía solo, había tenido varias parejas, pero ninguna había cuajado. En The goat’s house siempre era bien recibido. De vez en cuando pasaba por si necesitaban algo, aunque en realidad era él quien lo necesitaba: tenía incontinencia sexual y no soportaba la soledad. Sus intenciones hacia mamá cabra no eran buenas, pero sabía disimular.

Las vacaciones de los cabritillos serían la ocasión perfecta para ese acercamiento que tanto deseaba, prepararía la comida, jugaría con ellos, pasarían el día juntos y esperaría a la noche…

Aquel día, al volver del trabajo y entrar en casa, una mano áspera y fuerte le tapó la boca mientras la empujaba al dormitorio. Ella intentó zafarse de él sin éxito y a punto estuvo de morderle cuando un sonido metálico fuerte la detuvo. El leñador se desplomó. Detrás de él, con un azadón en la mano estaba el lobo.

Así que…colorín, colorado… el lobo también se había enamorado.