Mañana, la caja fuerte

Relato

COLABORACIÓN

Hortensia Mañas

2/25/2024

Fue un chiste cósmico ver a Ramiro tumbado en el suelo como un gato asustado, pero allí surgió el instante de la iluminación y también de las náuseas.

Apenas han pasado dos días y recuerdo con precisión de cirujana el momento en que Ramiro me planteó que nos asociáramos. Pretendía abrir una nueva sede y pensaba ofrecerme un espacio para que empezara a practicar mis masajes terapéuticos con clientes propios.

—Al fin tengo en mis manos la oportunidad que estaba buscando —le respondí emocionada de verdad, temblándome la voz—. El problema es que, en estos momentos, mi cuenta está bloqueada. –Le confesé—.

Ramiro se enderezó en la silla para preguntarme

—¿Qué ha sucedido?

—Mi marido se ha negado en redondo a que siga gastando dinero en viajes o en seminarios con vosotros. Y no le ha bastado con separarme de mis hijos, ahora se va a limitar a pagarme el apartamento y a darme una pequeña suma cada mes para que pueda subsistir.

—¡Qué desastre!, hay que ver lo que algunas personas son capaces de hacerle a otras.

Le respondí quejándome con lágrimas en los ojos.

—Está totalmente en contra. ¡Cómo es posible que me haya bloqueado la cuenta! No puedo creer que este sea el pago a todos los años que le he dedicado. Lo he descubierto esta semana y todavía me cuesta asimilar esta agresión.

—Cuánto lo siento, Angustias –me dijo Ramiro acercándome un pañuelo de papel. ¡Con lo que has trabajado el último año! No te preocupes, seguiremos en la sede actual, la pena es que no podré ofrecerte ese espacio para tu nuevo trabajo y tendré que poner foco en otros donantes. Es una desgracia.

Me quedé helada. No esperaba esa respuesta después de tantos meses de esfuerzo y dedicación a mi formación en imposición de manos. ¿Dejaría también de asistirme en las sesiones de meditación de los martes? Tal y como estaban las cosas, tampoco podría pagarlas y no me veía capaz de seguir sin ellas. ¡Me daban tanta paz!

Ramiro me lanzaba miradas torcidas mientras me mostraba su decepción.

—La cuestión es que no sé cómo vamos a seguir sin tus aportaciones —continuó—. Eran muy importantes. Ya sabes que los primeros años son muy duros hasta que te haces con un grupo de fieles seguidores, personas que confían y creen en ti. Todos los proyectos necesitan apoyos, pero no te preocupes, ya se nos ocurrirá algo

—¡Maldito dinero!, me lamenté en voz alta.

—Ya ves, lo necesitamos para todo, incluso para nuestro desarrollo espiritual, me respondió mi gurú encogiéndose de hombros.

—¡Tengo una idea!, salté radiante con la ocurrencia. No te imaginas lo que soy capaz de hacer por un trato justo, algo que es imposible que mi marido, con toda su inteligencia, pueda comprender, aunque sea abogado. Pero necesito tu apoyo porque lo que te voy a proponer es arriesgado. ¿Serás capaz de ayudarme?, –le pregunté con una ansiedad desconocida, impulsada por un deseo superior a mi voluntad mezclado con el miedo a perder mi valioso proceso de aprendizaje –.

—¿De qué se trata? –Ramiro se acercó a mi lado moviendo el sillón de su despacho, buscando una mayor intimidad.

Reconozco que esa cercanía me gustó, me dio fuerzas para seguir.

—Asaltaremos la casa —continué en voz baja—, y nos haremos con todo el dinero que mi marido guarda en la caja fuerte. Ese dinero también es mío, me pertenece. Por suerte, conozco la combinación y también sé como desactivar la alarma. El golpe lo daremos mañana, cuando se vaya a Barcelona. Conozco sus andanzas y no le conviene denunciarlo. Todo es dinero negro, trabajos que no declara.

—Vaya, parece justo—respiró aliviado mi gurú, mostrando una tibia sonrisa. Al fin y al cabo, todavía eres su esposa. Te felicito, veo que has avanzado mucho en autoestima y, al fin y al cabo, no haces más que reclamar lo que es tuyo. Por mi parte, no te voy a dejar en la estacada ahora que más me necesitas.

Nos despedimos concretando la hora del encuentro. Sería por la noche, aprovechando que mis hijos ya estarían dormidos. Recuerdo que yo estaba eufórica y Ramiro, encantado con la propuesta que le permitiría iniciar ese nuevo proyecto.

Y llegó el momento de la acción. Ya eran las doce cuando nos reunimos en la calle sin salida que llevaba a la parte trasera, evitando la entrada principal a la bonita urbanización donde estaba mi casa.

La verja estaba cerrada con un candado. Era un acceso que solo utilizaban los chicos en verano para ir hasta la piscina comunitaria. Una barrera de arizónicas protegía el jardín privado de las zonas comunes. Sólo se podía acceder a la casa saltando la verja de hierro fundido.

Ramiro intentó escalarla, pero su falta de agilidad y preparación física le impedían avanzar, resoplando en cada esfuerzo trepador. Yo, en cambio, estaba en forma gracias a los años de gimnasio practicando zumba, aeróbic y pilates. Lo conseguí en unos minutos, y pensé que era mejor que Ramiro me esperara allí para ayudarme a escapar con el dinero.

Atravesé el jardín sin parar de mirar las ventanas de la casa y encontré la llave debajo de la piedra de la jardinera que rodeaba el ciprés, donde siempre la escondíamos para que pudiera entrar la mujer de la limpieza o los chicos.

Giré la llave con mucho cuidado, dejé los zapatos en la puerta y subí las escaleras despacio, atravesé el descansillo del primer piso y cuando estaba a punto de entrar en el dormitorio escuché un profundo ronquido. Me dio un vuelco el corazón y me quedé petrificada, sin saber qué hacer. ¿Mi marido estaba en casa?, ¿Cómo era posible? Me había dicho que se iba a Barcelona, que llamara a los chicos por la mañana para asegurarme que no faltaban a la Universidad.

Escuché como apartaba el edredón y antes de que se levantara, me escondí detrás de la puerta del cuarto de baño medio minuto antes de que él se acercara al inodoro a aliviar su vejiga. Por suerte no encendió la luz.

Yo sabía que después bajaría a la cocina a tomar una infusión para conciliar el sueño. Era lo habitual algunas noches, así que aguanté escondida en el baño hasta que mi marido regresó a la cama.

Cuando se reanudaron los ronquidos, escapé de la casa de puntillas, con los zapatos en la mano y el corazón en la boca. Casi en la puerta, escuché un clic metálico que me distrajo de cerrarla. Aceleré el paso por el césped hasta la verja donde me esperaba Ramiro tumbado en el suelo como un gato asustado.

—¡Salta!, ¡salta! me susurraba, mientras trepaba rápida por los barrotes dejándome un trozo de pantalón en el intento y provocando un chirrido de la verja oxidada.

Viéndole así mientras yo actuaba como una demente me provocó nauseas y creo que empecé a comprender el lío en que estaba metida.

Enseguida se encendieron algunas luces en la casa, pero nosotros corrimos por el jardín hasta llegar al coche, que Ramiro no era capaz de poner en marcha.

—¡Arranca, por dios!, —le gritaba yo, muy nerviosa— pero, qué te pasa ¡nos van a pillar!

—Calla, por favor, me respondía temblando, girando la llave de contacto una y otra vez hasta que lo consiguió, derrapando al salir de allí.

Ramiro, muy disgustado por el fracaso de la operación me acompañó hasta el apartamento alquilado y allí le invité a una ginebra para comentar lo sucedido y entrar en calor. Empecé a llorar, me disculpaba del error, ¡cómo era posible que estuviera en casa! ¿Es que estaba enfermo? ¿Se habría dado cuenta de que había entrado?

—No te vayas Ramiro, por favor, no me dejes sola esta noche. Estoy muy nerviosa, –le rogaba tratando de abrazarle, intuyendo la que se me venía encima, pero mi gurú se escurrió del contacto, separándose inmediatamente y dejándome confusa. ¿Ahora le daba asco?

—Ay, Angustias, esto no es tan sencillo. Eres demasiado optimista, tenías que haber previsto una cosa así, me contestó enfadado. ¿Qué vamos a hacer ahora? Lo mejor es olvidarnos de todos nuestros proyectos y descansar una temporada para no levantar sospechas. Casi me da un infarto. Ya veremos lo que se puede hacer más adelante.

—No es justo. Todo lo he hecho por ti y por tu proyecto. Te estoy ayudando desde hace más de un año. Y si no te hubieras empeñado en llevarme a Cuba para ese “Congreso de la iluminación”, mi marido no se habría alarmado ni me habría tirado de casa, le contesté gimoteando.

—Era un proyecto magnífico y estabas entusiasmada. La meditación trascendental hace milagros y pudiste descubrir tu aura a través de las notas musicales. ¿Por qué se lo dijiste? Reconoce que has gestionado mal tus posibilidades, me dijo Ramiro dando un portazo, dejándome sola, confundida y desconsolada.

No pude pegar ojo en toda la noche, muy afectada por el rechazo y la dureza de ese hombre. Traté de relajarme recurriendo al mantra más universal, repitiendo “OM” una y otra vez sin conseguirlo. Agotada, encendí un porro que le había confiscado a mi hijo para tratar de calmarme y empecé a comprender que todo era muy injusto. Mi gurú no era un ser superior, lleno de sabiduría y bondad, era un cobarde, un gato asustado. Me convencí de que no merecía un consejero espiritual tan mediocre y rastrero. Seguro que su aura era negra como el carbón.

Esta mañana me ha despertado la llamada de mi marido y he escuchado de su boca que anoche entraron en la casa, que se dejaron la puerta abierta, que encontró la llave que escondíamos al lado del ciprés en el suelo del salón y que había interrogado a la señora de la limpieza a primera hora, pero ella no sabía nada.

¿Quién puede ser?, me preguntó. Solo conocía ese escondite nuestra pequeña familia, por tanto, tenía que hablar con todos para tratar de averiguar si alguien se había ido de la lengua. ¿Y yo? ¿Se lo había contado a alguien? Necesitaba saberlo porque iba a llamar a la policía para que investigaran a fondo.

—Jamás, te lo juro. ¿Pero te han robado?, le he preguntado ¿Es que falta algo en la casa? y … ¿no saltó la alarma?

—No, no falta nada, y me olvidé de conectar la alarma, de eso te encargabas tu. Además, me encontraba fatal, con mucha fiebre. ¿No te parece perturbador saber que alguien puede colarse aquí impunemente? Me aterra que les pueda pasar algo a los chicos, temo por su seguridad, se quejaba el pobre con toda la razón.

—Desde luego, me parece tremendo lo que ha pasado y se me pone la piel de gallina, sobre todo pensando en los chicos. Tienes que cambiar la cerradura con urgencia y, si te parece bien, voy a regresar a casa unos días, hasta que todo se normalice y tu te encuentres mejor —le contesté con mi mejor registro de voz—. Cuando todo se normalice, me iré a mi apartamento, quédate tranquilo. Hazlo por nuestra amistad, por nuestros años de convivencia, por nuestra familia. También yo estaré más tranquila.

—¿Me lo prometes?,—insistió mi marido, preocupado por los chicos— Y otra cosa, creo que se trata de una mujer, porque apareció un trozo de tela como de leggins en la verja de atrás.

—Pues claro que te lo prometo. Y cálmate, averiguaremos lo qué pasó —le dije tratando de tranquilizarle con mi voz más amistosa, tierna y consoladora —. Me acerco ahora mismo a ver esa tela.

Los astros me favorecen y en mi mente han empezado a flotar burbujas de placer con la idea de que tacita a tacita podré ir haciéndome con unos buenos ahorros y ese nuevo plan lo llevaré a cabo sin ninguna ayuda externa. Me he propuesto evitar en el futuro esa absurda sinceridad que ha torcido mi existencia y he grabado en mi mente un mantra para alcanzar y mantener la riqueza, la mejor de las enseñanzas de Ramiro: Om vasujare svaja, que repetiré unas cien veces cada día, como el típico castigo de los niños en los colegios de mi infancia, cuando no nos sabíamos la lección.

Con el tiempo, buscaré un gurú auténtico, que brille en la oscuridad. Mi marido tenía razón, la escuela que he seguido no era tan fiable, pero seguro que, con ese dinerito negro, podré permitirme el lujo del mejor asesor espiritual. Solo hay que tener paciencia y ser muy discreta, porque a partir de mañana, seré la dueña del acceso directo a la maravillosa caja fuerte de mis deseos.