Escribientes sin corsé

Supervivencia para escritores caóticos

ESCRIBIENTES

Se acerca enero, ese mes en el que juras que ¡esta vez sí! vas a escribir esa novela que te llevará a la gloria, o al menos evitará que quienes te rodean insistan en lo de ¿y cómo va lo de tu libro? Pero, ¿y si te dijera que todo lo que nos han enseñado sobre ser escritores disciplinados, organizados y productivos puede ser un gran error de enfoque?

No me malinterpretes. Admiro profundamente a quienes escriben todos los días a las cinco de la mañana, con el café recién hecho y el manuscrito impecablemente organizado en carpetas por capítulos y subcapítulos. Pero he llegado a creer que esas personas podrían ser robots disfrazados de humanos. Prefiero pensar que escribir no siempre es una cuestión de horarios rígidos y metas claras; quizás, es más bien una mezcla de caos, procrastinación y desvelos a las tres de la mañana mientras buscas algo en la nevera.

Por eso, te propongo lo contrario, en línea con otros artículos de esta sección «Escribientes: lecturas sobre el oficio» —cuyo éxito es muy medible por ahora, hasta que yo mismo cumpla alguna de mis propuestas—: un intento de manifiesto para quienes escribimos con desorden, dispersión y orgullo algo exagerado.

Para empezar, me olvidaría de esa obsesión con escribir todos los días. Ya sé que Stephen King recomienda alcanzar dos mil palabras al día y que ha publicado más libros que dientes tiene en la boca, pero no todos somos el gran escritor de Maine. A veces, lo mejor que podemos hacer por nuestra creatividad es no forzarla. Démosle espacio para respirar, como un buen vino que necesita airearse. Tampoco F. Scott Fitzgerald escribió El gran Gatsby siguiendo un plan de escritura diario. Tardó su tiempo, y lo hizo en medio de un período turbulento de su vida, entre fiestas en la Riviera Francesa, tensiones matrimoniales y episodios de alcoholismo.

¿Las rutinas? Sin duda, están sobrevaloradas. Nos dicen que necesitamos horarios espartanos para ser productivos, pero la creatividad rara vez avisa cuándo va a aparecer. Puede hacerlo mientras estás lavando los platos —o colocándolos en el lavavajillas— o fingiendo que escuchas a alguien en una reunión aburrida. Me vendrás con lo de que la inspiración te pille trabajando, pero eso también tiene su dosis de mito. Otro genio, Ray Bradbury, el de Fahrenheit 451, entre otras, defendía escribir rápido y con pasión, dejando que el subconsciente guiara el proceso en lugar de frenarlo con demasiada planificación. Para él, la intuición era clave, no la perfección inicial. Así que, en lugar de forzar una rutina, ¿por qué no abrazar el desorden y dejar que las ideas fluyan libremente?

Por supuesto, hay que leer mucho para ser buenos escritores. Nadie se atreverá a negar que leer es importante, pero puede convertirse en una forma muy sofisticada de procrastinación. ¿En serio tienes que leer diez ensayos sobre estructura narrativa antes de mecanografiar el Érase una vez de tu cuento? Probablemente no. Borges escribió El Aleph apoyándose en una vida de lecturas profundas y diversas, pero sin depender de manuales del tipo Cómo escribir la novela perfecta (quizás habría sonreído ante un título tan pretencioso). Así que este año, en lugar de leer el enésimo manual de escritura, tal vez sea hora de cerrarlo y abrir el procesador de texto.

Si cerramos algunos libros, también podemos apagar la televisión. Aunque ver series de calidad es una gran excusa para evitar escribir, la realidad es que muchas veces terminamos analizando más las decisiones de los guionistas que las nuestras. ¿Tanto te importa estudiar la estructura narrativa de Breaking Bad para empezar tu cuento? Walter White ya resolvió su crisis existencial; ahora te toca a ti resolver la tuya. Claro que, en medio de este caos creativo, siempre hay quien te aconseja tomar notas como si no hubiera un mañana, en modo Sherlock Holmes resolviendo lo de El tratado naval. ¿No te parece algo de postureo —mea culpa, yo también lo hago— lo de llenar cuadernitos de frases inconexas que nunca repasarás ni insertarás en tus ficciones? Puede que lo necesites de verdad, si quieres sentirte organizado. Pero también puede ser liberador confiar en tu memoria. No te hagas trampas al solitario; si olvidas esa gran idea que tuviste en la ducha, probablemente no era tan buena. Kafka tenía unos cuadernos (de octava) donde anotaba ideas y reflexiones, pero no hay ninguna confirmación de que utilizara notas específicas para escribir La metamorfosis: se sentó y escribió sobre un tipo que se despertó siendo un insecto gigante.

Puestos a liberarnos, ¿qué me dices de la organización?, ¿por qué insistimos en tener todo perfectamente ordenado? Lo mejor de perder un archivo en una carpeta llamada Borradores Varios FINAL DE VERDAD_2 es que, cuando lo encuentres, tal vez descubras que tiene algo interesante que habías olvidado. El autor de El cuervo, Edgar Allan Poe ¿te suena? tenía una peculiar forma de crear sus obras maestras. Las redactaba en tiras de papel, las unía y luego las enrollaba, lo que mejoraba significativamente su flujo de trabajo.

Por fin llegamos al mantra de las metas claras, muy propio de la productividad moderna. «Hay que fijar objetivos específicos y alcanzables», como escribir quinientas palabras al día o terminar un manuscrito antes de marzo del 25. Pero, ¿y si la clave está en no tener metas? Tal vez este año sea el momento de dejarnos sorprender por el proceso en lugar de obsesionarnos con el resultado. Virginia Woolf escribió Al Faro en un estado casi hipnótico, más preocupada por el ritmo de las palabras que por contar palabras. En una carta a su amiga Vita Sackville-West, Woolf destacó la importancia de encontrar el ritmo en la escritura, describiéndolo como «una ola en la mente que, al romper en la arena, trae consigo las frases adecuadas» ¿que cool, verdad?

Así que este año, en lugar de prometer que escribirás todos los días o que terminarás una novela en seis meses, ¿por qué no prometes algo más sencillo, como que vas a escribir cuando tengas ganas? Si te gusta, te ocurrirá con mucha frecuencia; o bien, que vas a disfrutar de hacerlo sin castigarte por los días en blanco. Que dejarás que el desorden, las pausas y las ideas raras guíen tu trabajo.

Escribir no tendría que ser una maratón de productividad. Es un acto de fe. Con un poco de suerte (y algunas dosis de caos), puede que termines escribiendo algo que realmente valga la pena; al menos, algo que no te avergüence leer en voz alta.