El delirio neurodivergente ¿una excusa más para la falta de talento?
Si Shakespeare viviera hoy, seguro que algún editor habría diagnosticado sus comas mal colocadas como un síntoma de algo más profundo y preocupante
Antuán
7/15/2024
He leído sobre la neurodivergencia, y dicen que solucionarla puede ser la cura mágica para la incapacidad creativa. ¿No puedes escribir la gran novela americana? ¿Tu poema épico suena más a lista de la compra que a Homero? No te preocupes, no es que te falte talento o disciplina, es simplemente que tu cerebro es «diferente». ¡Qué alivio!
Ensayo este comentario ligero a raíz de un seminario ofrecido en uno de los boletines electrónicos sobre escritura que recibo a diario. No me malinterpretes, no tengo nada en contra del estudio de la neurodivergencia. Seguro que es fascinante y que puede ser una pieza crucial en el complejo rompecabezas que es el cerebro humano. Pero, seamos honestos —reacciones, más abajo, en los comentarios, por favor—, ¿desde cuándo cada fallo literario, cada rechazo editorial o cada página en blanco es culpa de la neurodivergencia? Si Shakespeare viviera hoy, seguro que algún editor habría diagnosticado sus comas mal colocadas como un síntoma de algo más profundo y preocupante.
Imaginen a un escritor, llamémosle Juan, que lucha por terminar su novela. Cada vez que se sienta a escribir, se siente abrumado por una ola de inseguridad y autocrítica. «Seguro que es por mi sensibilidad al rechazo», se dice a sí mismo, en lugar de considerar la posibilidad de que quizás, solo quizás, necesita mejorar su oficio. ¡La dulce comodidad de tener una excusa que nos exonera de cualquier responsabilidad personal!
Luego están los talleres y seminarios que, bajo el noble pretexto de «apoyar a los escritores neurodivergentes», parecen más bien ser un grupo de terapia para los que sufren del mal moderno de la procrastinación crónica. «Hoy aprenderemos sobre cómo nuestra biología nos traiciona», anuncia el gurú, con el entusiasmo de un vendedor de crecepelo. Claro, porque resulta que ahora la culpa es de nuestros cerebros, esas máquinas biológicas traicioneras que conspiran contra nuestro éxito literario. ¡Malditos sean, ellos y sus neuronas incontroladas!
En estos encuentros, se explora con lupa científica cómo las diferencias neurológicas pueden sabotear nuestros esfuerzos creativos. Pero, ¿acaso no ha sido siempre la lucha creativa una parte integral del proceso artístico? ¿Dónde está el romanticismo de la batalla interna, el conflicto que alimenta la llama de la creatividad? ¿Qué pasó con el sufrimiento noble del artista que se debate contra sus demonios internos, sin necesidad de diagnósticos ni etiquetas?
But, wait a second… hay más. Aparte de la neurodivergencia, también está la «crítica interna severa», una tirana invisible que vive en nuestra cabeza, siempre dispuesta a fastidiarnos con nuestras limitaciones. Porque, claro, si no podemos escribir como Cervantes, es porque nuestra crítica interna está más activa que una cuenta de X en año electoral. Tal vez, solo tal vez, necesitemos aceptar que la escritura es un arte que requiere práctica, paciencia y, sí, una buena dosis de fracaso.
El colmo del disparate llega cuando se ofrecen estrategias para «superar» estos obstáculos. Técnicas de manejo del estrés, ejercicios de autocompasión, y hasta consejos para «reducir el volumen» de esa voz crítica. Suena más a un manual de autoayuda que a un verdadero taller de escritura. ¿Desde cuándo los grandes escritores necesitaron un coach emocional para producir sus obras maestras?
En resumen, tal vez sea más productivo dejar de buscar excusas en nuestra neurobiología y empezar a aceptar que la creatividad forma parte esencial de un oficio muy arduo. Tal vez la verdadera magia radica en abrazar nuestras limitaciones, trabajar duro y, sobre todo, no caer en la trampa de las etiquetas fáciles. Porque si no puedes escribir y no triunfas, quizás, solo quizás, la psiquiatría no sea la villana de tu historia.