El maestro cabuyero

Relato con inicio, nudos y desenlace

Antuán

1/31/2024

white and red rope on black background
white and red rope on black background

Juan Pardo, así se llamaba una persona que influyó en mi adolescencia. No era el profesor de filosofía —asignatura que me encantaba, pero por otras razones—, ni de matemáticas —materia en la que me desenvolvía con una soltura muy descriptible—, ni de ciencias naturales, ni de lengua, ni de ninguna de las marías…

        Juan Pardo era un monitor de cabuyería del campamento de verano.

       ¿Y qué es un monitor de cabuyería? Quizás ya lo sepas, pero como no te conozco aún lo suficiente, y el término parece sacado de un tratado de santería o de ciencias ocultas, te diré que se trata de una persona que enseña a hacer nudos, bueno, a hacerlos y deshacerlos con cuerdas. Además, también enseña cómo aplicarlos en la vida real, que entonces era la vida del campo, para levantar sombrajos, cercas, cabañas, o salvar desniveles, mediante tirolinas, pasarelas, o técnicas variadas de rappel.

        Ahora que ya sabes de qué va, te estarás preguntando por qué iba a impactar en mis años de juventud un monitor de campamento, experto en el arte de hacer y deshacer nudos, que era capaz de aprovechar cualquier fragmento de cuerda que caía en sus manos y te solucionaba un problema con un mástil flojo de la tienda de campaña, o te tejía una pulsera hippy bien chula, o te montaba un rappel segurísimo, y… vaya, no quería dar tantas pistas tan pronto.

      Durante el invierno, y en la parte del verano en la que no estaba contratado para trabajar como monitor, Juan desempeñaba oficios muy variados: hacía de pastor, tendero, titiritero en fiestas, recadero, labrador, guía rural, instructor de monta, y hasta de cartero, cuando lo avisaban desde el pueblo de al lado. Debo decir que lo hacía todo como si le fuera la vida en cada oficio, como si él fuera el único nudo que podía unir cada problema con cada solución. Y lo hacía bien, muy bien, si te fías del testimonio que el personal te daba sin pensarlo mucho en cuanto preguntabas a cualquiera por Juan Pardo.

     En suma, el experto cabuyero de mi campamento era un tío con el que siempre aprendías algo. Cada nudo llevaba adosada su historia, su utilidad, la forma de ejecutarlo, paso a paso, sin prisa pero sin pausa, y con los giros exactos que daban lugar al resultado final.

      Cuando Juan explicaba un nudo, la admiración surgía por igual al principio y al final de la demostración. Como si fuera un prestidigitador concentrado en su número, los extremos de la cuerda cobraban vida y terminaban siempre con una forma perfecta, ya fuera un rizo, un pescador, un as de guías, un ocho, un ballestrinque, cualquiera de ellos y muchos más. Con una rapidez similar, Juan devolvía la cuerda a su estado inicial, como si ahí no hubiera existido nunca el nudo más usado para asegurarse en una cordada de escalada, o el más práctico para unir dos cuerdas del mismo diámetro.

         Si todos hubiéramos tenido un instructor de cabuyería como Juan, seguro que habríamos aprendido mucho más que simples técnicas para unir cuerdas. Sabríamos que los nudos representan nuestra capacidad para encontrar soluciones ingeniosas y desmontar obstáculos; que también son metáforas de nuestra capacidad de adaptación, resistencia y creatividad.

         Cada nudo que aprendí con Juan siempre me recordará que cuando surge algún desafío en la vida, aunque no las veamos a simple vista, siempre están ahí las herramientas para superarlo: solo hay que buscar cómo combinar nuestros talentos mediante las lazadas y los giros de cerda más eficaces.