¿Traduces o enriqueces?

Un buen trabajo: del texto al sabor auténtico.

ESCRIBIENTES

Seguro que había más posibilidades, pero el título no habría quedado igual de sonoro, ni nos traería a la memoria el eslogan de una marca de sopa en cubitos, de esa que tanto odiaba Mafalda.

Al igual que pasa con las sopas, el resultado de una traducción depende de factores muy variados, que empiezan por la idoneidad de los ingredientes y terminan en el gusto que pueda tener el comensal o consumidor para apreciar y disfrutar del trabajo entregado. Es labor del cocinero conseguir que, en la medida de lo posible, la cochura de unos huesos, unas verduras, un pollo, unos picos de jamón, alguna especia y sal dé lugar a un caldo cuya degustación provoque el elogio más encendido, la peor de las críticas o el rechazo más cruel, según el caso.

Si seguimos con el símil, nos encontramos con situaciones en las que nuestra traducción va a ser engullida a escala industrial, de paladar tosco, que exige una cantidad de párrafos, ilustraciones, apartados, capítulos y páginas concordante con el original. Por supuesto, también el contenido debe transmitir con rígida coherencia lo que decía el idioma inicial. Son esos casos en los que las estrictas normas de una compañía o una corporación —antaño empresa, o grupo de empresas— llegan a constreñir tanto el buen hacer del artesano de las lenguas, que este solo puede dedicarse a producir palabras y más palabras en el idioma de destino, casi sin pensar, para lograr cuadrar un salario semidigno a fin de mes. No cabe el lucimiento. ¡Ay, del que ose salirse de la guía de estilo o de los glosarios aprobados! Puede quedar marcado de por vida, por díscolo, y por pretender hacer arte con lo que es un producto de consumo que los fabricantes deben incluir en sus paquetes, de papel o virtuales, obligados por las legislaciones nacionales o comunitarias.

Para las personas que revisan y unifican el estilo en estos macroproyectos, la creatividad solo provoca quebraderos de cabeza. Se curan en salud redactando interminables guías y prolijos documentos de consulta, con la loable aspiración de ofrecer el brebaje más homogéneo y preciso posible al cliente y a su público usuario, devorador este de manuales de instrucciones.

Salirse del guion pucheril es una tentación que se evita mediante modernos sistemas de Cocción Acelerada en Turbina (herramientas CAT), que analizan hasta qué punto los ingredientes originales son similares o idénticos entre sí, y bloquean o limitan su alteración durante el proceso. Mismo ingrediente, mismo resultado, y punto. El tratamiento gana en coherencia y velocidad, pero pierde en creatividad. Además, nadie va a pagar al chef por el tiempo que se tarda en elaborar o confirmar los componentes exactos, aunque al condumio le falte algo de sal, o resulte algo amargo, como consecuencia de una ligera variación en el contexto original.

Afortunadamente, o porque el buen gusto aún tiene cabida en este mundo, sobrevive toda una suerte de encargos traductoriles en los que cada maestro palabrista puede explayarse, y caracterizar su traslación con el regusto y la textura —¿la de un texto sería redundante?— de su estilo personal, como sucede en la literatura, la poesía o el marketing, por citar unos pocos. ¡Con qué placer se digieren las buenas traducciones! ¡qué buen sabor de boca deja una película sin tropezones en la traducción o el doblaje! ¡qué pegadizo es ese eslogan acertado que está en boca de todos! Son esas obras que en nada desmerecen de sus originales a las que, incluso, llegan a mejorar, a enriquecer, con matices agregados hábilmente por un lingüista que domina los arcanos de ambas lenguas, la de origen y la de destino.

Me pregunto si la búsqueda de creatividad no ha sido la que ha provocado el nacimiento de un palabro relativamente joven, la «transcreación», para denominar una especialidad en la que algunos afortunados imaginativos se dan el lujazo de guisar en la olla significados, matices, objetivos, estética, sonoridad, para pergeñar las sopas más armoniosas, unos caldos con sensaciones lingüísticas de la mayor eficacia, que deben provocar en los lectores del idioma meta la reacción exacta que tendrían ante el idioma fuente.

Por desgracia para ellos, y a diferencia de los grandes maestros culinarios de moda, todo esto lo consiguen desde el anonimato mediático casi total... pero esto sería el guiso de otro puchero, ya en un futuro almuerzo. Saludos

Publicado originalmente en mi perfil de LinkedIn, el 3 de febrero de 2016