Ensayo caliente

Un diálogo con tensión no resuelta

Antuán

3/1/2024

Has llegado —tarde— al Teatro Mayor, en el centro de la ciudad. Aunque eres la directora, casi le das un tremendo plantón a la actriz principal, que va de diva, y lo sabes, y te gusta. Avanzas por el pasillo central, y te detienes a medio paso del escenario, aún desde el patio de butacas.

      —¿Terminamos por fin la dichosa escena anterior a la comida con los suegros? —le sueltas, tirando el abrigo en los primeros asientos, sin ver dónde aterriza. Todos los actores del reparto se han ido, trabajan en otras cosas y solo tienen unas pocas horas por las tardes para ensayar.

      —Hola, yo también me alegro de verte, me encanta que no te hayas olvidado de mí —te responde, sin desdibujar una sonrisa sarcástica en su boca mientras ha pronunciado el recibimiento—, estaba a punto de montármela sola.

     —No te hará falta, creo que ya lo tengo; que sepas que te tengo en la cabeza más de lo que te imaginas —bien sabes que es así—, y sí, perdona por la espera, ni te imaginas cómo es mi puñetera jornada antes de llegar aquí —justificas y tratas de explicarte, todo a la vez, sin que ella te lo haya pedido—. Mira, vamos a aprovechar la misma cama que salía al final del cuadro anterior, estarás tumbada, tapada solo con la toalla de la ducha.

    —¿Solo la toalla? ¿también me pedirás que después me la quite? —escuchas la reacción de la diva, pronunciada en tono seductor, con vocales muy alargadas, entre irónica y mordaz, una voz que sale de detrás de una sonrisa que combina ironía y sátira, y te encanta.

      —Vale, sí, ahora te tumbas con las piernas un poco dobladas, como si estuvieras leyendo mensajes del móvil, pero s… sin el móvil —le describes, y te das cuenta de que te ha vibrado la voz de una forma apenas perceptible; en realidad, te está costando contener el sofoco que te invade mientras la observas preparar la situación, y te imaginas cómo será cuando los ensayos sean definitivos—, sí, así, así, ahora le cuentas tu rollo a tu marido, mientras dejas el móvil a un lado, y estiras los brazos para provocarlo al pronunciar el final de la frase.

    —¿Y si se me cae la toalla?

  —¡Pues improvisas algo! —has chillado sin querer, poniendo una mano en el escenario, mientras mantienes la otra oculta a su mirada, donde la has tenido casi desde que llegaste—, tendrás que echarte una almohada encima, o algo así, mientras hablas, ¡venga, dilo ahora! —has vuelto a gritar, sin conseguir disimular la alteración que te produce la situación.

    —Vale, tranqui, ya voy —la actriz carraspea un poco, obediente, y entona su discurso—: «No es que no me apetezca comer con tus padres, cariño, pero ya estoy harta de que me den la brasa con lo de tener un nieto, aunque… si lo piensas bien… quizás podíamos hacerles caso, venga, acércate, anda, si llegamos un poco tarde… será por obedecerles».

      En tus oídos ha resonado perfecto, a gloria, como a invitación. Tu excitación casi te hace alzar la mano oculta para trepar al escenario, y ponerte en el sitio del marido, a su lado, para completar la escena. Te lo sabes de memoria, y podrías incluso ensayar con ella el beso apasionado que figura en el guion, pero un golpe al fondo de la platea te devuelve a la realidad. El equipo de limpieza de la sala ha comenzado su tarea y tenéis que terminar el ensayo por hoy.