En automático: la magia de escribir sin filtros
Sacar a la loca de paseo puede desatar tu creatividad
Antuán
7/22/2024
«La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco.» - Salvador Dalí
Hay días, como hoy, en los que me pongo a escribir sin pensar adónde llegaré. Agarro la pluma —soy de escribir a mano sobre papel de cuaderno con una pauta muy fina— y dejo que la conexión cerebro-muñeca fluya sin filtros, sin revisión, a lo loco, o quizás a lo más cuerdo. La hoja vacía es mi cómplice y me gusta que me escuche, o me lea, o qué sé yo lo que hace cuando escribo sobre ella.
Hasta aquí, la parte automática; a continuación, la que he redactado con más atención:
La técnica de la escritura espontánea tiene sus raíces en experimentos literarios de principios del siglo XX. Autores como André Breton y los surrealistas comenzaron a valorar la libertad creativa por encima de la estructura rígida. La idea era simple pero poderosa: escribir sin interrupciones, sin editar, dejando que las ideas se plasmaran tal como surgieran. La «loca de la casa», como llamaba Santa Teresa de Jesús a la imaginación, se convertía en una aliada, no en una limitación.
Entre las reconocidas ventajas de la escritura automática está la de hacer de válvula de escape. Gracias a ella, podemos expresar sin filtrarlos pensamientos reprimidos, emociones latentes, conceptos inconscientes y otras ideas más o menos turbias o inconfesables. Es como abrir una botella de bebida gaseosa después de haberla agitado. Lo que estaba retenido por la presión se escapa a borbotones de manera desordenada, en forma de burbujeantes y caóticas palabras y frases carentes de sentido, unidad y coherencia.
Escribir sin pensar es una inagotable fuente de creatividad. Sin la autocensura ni el exceso de perfección que solemos imponernos, nos aventuramos a explorar territorios que jamás nos habríamos planteado. Es en ese trance desinhibidor donde pueden surgir pensamientos tan peregrinos como encargar una pizza de chocolate o diseñar una máquina del tiempo para saltos cortos. Estas ideas, aparentemente locas, pueden convertirse en el germen de obras maestras o en soluciones innovadoras a problemas cotidianos.
En mi caso, no suelo llegar a las diez líneas escritas sin parar cuando se produce el fenómeno. Como si todo encajara de repente, siento que me va a faltar papel o tinta para dar paso a las ideas que hacen cola en mi cerebro. Este proceso es más común de lo que se confiesa, y no seré yo quien censure a nadie por ocultar que puede esconderse una loca detrás de sus mejores creaciones.
Tampoco debemos subestimar la vertiente terapéutica. Escribir sin tapujos puede ser tan liberador como dar cuatro gritos desde la cima de una montaña. Transferir nuestras paranoias a un papel en blanco, con la complicidad de una pluma dispuesta a dejar testimonio de todo, pero sin denunciarnos ante ningún tribunal del estilo o del contenido, es una buena manera de procesar experiencias traumáticas, encontrar soluciones y encauzar algunos desbarajustes mentales. Ni siquiera hay que volver a leerlo. La escritura espontánea se convierte en una conversación íntima, donde todo puede suceder, incluso descubrir que lo que de verdad te apasiona es coleccionar patitos de goma.
Hace unos meses, un colega mío, aficionado también a esto de escribir, probó esta técnica. Empezó a relatar cosas sobre su oficina, algunas muy aleatorias. Sin darse cuenta, terminó describiendo una escena en la que su jefe se transformaba en un dragón que escupía vídeos de TikTok en lugar de bocanadas de fuego. Esto se convirtió en la idea para un cuento que llegó a publicar en una web sobre contenidos digitales. Ahora siempre recuerda que fue su «jefe dragón» quien le inspiró para explorar su lado más creativo y loco.
La escritura espontánea puede ser más que un simple ejercicio literario para superar el bloqueo creativo. Es un apasionante recorrido por el conocimiento y la creatividad al margen de la racionalidad que ocupa el resto de nuestras jornadas. Deja que la pluma marque el itinerario, que la imaginación vuele sin hoja de ruta y que la «loca de la casa» te lleve por senderos tan inesperados como reveladores.