Busca caras de fantasmas
Relato de rescate
COLABORACIÓN
Juan Antonio Illán
—Busca caras de fantasmas —dijo la piloto del helicóptero.
Doscientos metros más abajo, Marimar tiritaba de pie sobre el techo de su coche. El agua fluía como un torrente marrón alrededor del automóvil que tenía las ventanas rotas y un tronco de árbol sobresaliendo de la parte trasera. La ropa la tenía calada y se le pegaba a la piel. Se abrazó para entrar en calor. La luz del día había desaparecido una media hora antes. No había luna ni estrellas pues quedaban ocultas tras la masa de nubes que no cesaba en descargar agua. Tampoco había farolas ni luces de pueblos cercanos. El torrente de agua había borrado cualquier indicio de civilización. La oscuridad la envolvía y solo el móvil, su mayor tesoro en esos momentos, le iluminaba la cara a medio palmo de la pantalla. Una sola raya de cobertura la mantenía unida al mundo. Iba y venía y la carga de la batería se le estaba agotando.
Cuando tres horas antes se había subido al techo, asustada de morir ahogada dentro de su vehículo, había grabado con la cámara del móvil lo increíble. Donde siempre hubo campos de siembra corría un rio caudaloso de aguas bravas arrastrando árboles y matojos. Vio cuerpos humanos flotando a la deriva. Ahí dejó de grabar. No podía. Tiritaba de miedo y de frío. Intentó llamar, pues al principio había más rayas de cobertura, pero las líneas telefónicas estaban saturadas. Escribió mensajes a su familia. «Estoy en la carretera, por favor avisar a la policía» y después preocupada añadió «¿Vosotros bien?».
Y pasaron las horas y nadie vino ni contestó. Tras sus dos mensajes no había nada. El frío le caló bien dentro a media que avanzó el día y entró la noche. En todo ese tiempo el coche se sacudió un par de veces. «Es el fin» pensó, y aunque solo fue pasajero, se le quedó el horror de que la siguiente sacudida podía ser la última.
Pero allí seguía, ya en plena noche. Solo oía el rugir del agua, la lluvia cayendo con fuerza, el viento silbando en los oídos y el frío que la agarrotaba. Con la única luz de la pantalla del móvil que la sacaba del terror de morir sola. Su brillo pálido se reflejaba en su cara. Era lo único que se divisaba en el mundo entero, su cara pálida de un fantasma en medio de una oscuridad absoluta. Dudó si escribir un mensaje de despedida. «Os quiero. Os quiero con toda mi alma». El móvil parpadeó una vez para después apagarse. Quedaba 4% de batería. Maldita sea. Marimar no lo entendía. Se quedó en la más absoluta oscuridad. Sola con el ruido del viento, el agua y la lluvia. Histérica apretó todos los botones del móvil, pero ya estaba muerto. Lo notaba entre sus dedos, pero ya no lo veía. No veían nada. Quedaba desamparada. Perdió su oportunidad de despedirse y empezó a llorar sin remedio.
Fue entonces cuando se abrieron las puertas del cielo. Un foco de luz potente la iluminó desde arriba. Vio el techo blanco de su coche, los pantalones azules mojados y ceñidos por la humedad a sus pierna, y alrededor el agua fluyendo con toda su fuerza. Escuchó entre la lluvia y el viento el sonido sordo de una hélice. Veinte metros más arriba unas personas, que en medio de la tormenta habían abandonado la seguridad de sus hogares y adentrado en el infierno subidos en un cacharro metálico, descendían amarrados por un fino cable de acero para rescatar a la cara de un fantasma.