El último vuelo del ave Fénix

Relato con subtexto mitológico

COLABORACIÓN

José Pidre

El silencio es total cuando la reina Hatshepsut sube la rampa que la llevará al pórtico del Templo del Sol donde la espera el féretro de su querido padre. Viste traje de lino blanco y cubre su cabeza con el pañuelo de rayas amarillas y blancas que recuerda la cabeza de un león; en la frente el ureus o diadema con la figura de la cobra, símbolo de protección contra los enemigos. La barba postiza, uno de los atributos de los faraones, afea su barbilla.

El sol está en su zénit y sobre el gran templo sobrevuela un enorme pájaro que causa alarma entre la guardia imperial. Tiene el plumaje dorado y rojizo y en sus potentes garras porta un enorme huevo hecho de mirra. Un ligero humo comienza a salir de su pecho y pronto todo su cuerpo comienza a arder.

Tras lanzar un grito aterrador, el gran visitante alado suelta la bola de resina que sujetaban sus garras, cayendo ésta sobre la carroza fúnebre mientras el cuerpo calcinado del ave explota sobre los asistentes.

Al caer, la bola de resina se parte y de su interior surge un polluelo que enseguida despliega sus alas. En ese momento una especie de neblina sale del féretro y rodea al nuevo pájaro quien acogido en el interior de la nube comienza a alejarse del suelo.

El gran sacerdote se acerca a la reina y le explica: «el gran Bannus acaba de llegar a la tierra de Egipto para morir, pero trayendo a la vez la continuidad de la vida. El nuevo Fénix regresa al lejano llevando consigo el ka de tu padre. Ninguno de nosotros lo volverá a ver porque no regresará hasta dentro de otros 500 años para de nuevo morir y renacer».