Para los García

Relato con galletas

COLABORACIÓN

Para los García, llegaba una edad en que se les iluminaba la cabeza con la triste idea del sinsentido de la vida. No tenía que ver con un hecho catastrófico, como podía ser la muerte de un ser querido o un cumpleaños. La iluminación les llegaba con un evento de lo más ordinario; un cuadro torcido, un chirriar de una puerta o el olor a tuberías en el baño. En ese momento los García se daban cuenta de que la vida era una autentica mierda.

A Juan García le sucedió un martes de febrero del 2024 mientras desayunaba en su cocina de azulejos blancos con las juntas ennegrecidas por el paso del tiempo y el abandono. Por ser invierno y de madrugada, la luz no entraba por el ventanuco que daba al patio de vecinos y Juan se tomaba el café y las cuatro galletas María con la luz fría del fluorescente circular del techo encendido. Igual que todas las mañanas. A esta hora temprana, del patio de vecinos, que a mediodía entraría en ebullición con las voces de las cotillas tendiendo la ropa, no se colaba ningún ruido y Juan mojó la tercera galleta María en silencio. Al sacarla del café, la parte reblandecida se descolgó cayendo de nuevo en la taza. Esto ocurría a menudo y entonces Juan se comía la galleta seca que sujetaba entre sus dedos gordo, índice y corazón y después con la cuchara rescataba los trozos de galleta que se iban desmenuzando en el café. Pero esta mañana de febrero algo se trastornó en su cabeza y se quedó mirando al trozo de galleta que tenía en su mano sin saber que hacer.

Se le aceleró la respiración meditando si tenía algún sentido terminar el desayuno y salir a trabajar. Pasaron los minutos y el café se fue enfriando mientras en su superficie flotaba un trozo de galleta. Y en todo el rato Juan no dejó de mirar la galleta que tenía entre sus dedos, la tercera galleta del desayuno, como si en ella se encontrase la razón de su desasosiego. Todo en su vida le llevaba a este momento en el que se cuestionaba la misma existencia solo porque la puñetera tercera galleta del desayuno no había tenido la suficiente consistencia para poder llevársela a la boca. Quizá solo era la gota que colma el vaso de una existencia repletita de sinsabores y de los pequeños contratiempos que sufre la gente insignificante. ¿Tan difícil era tostar una galleta para que aguantase ser mojada? Solo eso pedía Juan, una maldita galleta con la consistencia suficiente para que su vida no fuese una completa mierda.

De la cabeza de Juan no se alejaba la idea de la fragilidad de su alma si una galleta mojada en café podía hacerle cuestionar la razón su absurda existencia. Pero como todo pensamiento de hombre corriente, este se fue diluyendo y pronto Juan estaba envuelto por el ajetreo de la rutina diaria, del bajar la basura, del cerrar la puerta con llave, del correr para alcanzar el vagón de metro que entra en la estación, de todas esas cosas que le mantenían a salvo del vértigo de estar vivo.