Las teclas de la ira
De la rabia a la página: ¿escribir para reivindicar?
ESCRIBIENTES
Antuán
El ejercicio de la escritura evoca imágenes de calma. Momentos de intimidad en los que las palabras deben encajar como piezas de un rompecabezas. Pero ¿qué pasa cuando lo que te mueve no es la calma, sino la rabia? Esa emoción visceral, hirviente, que brota desde el pecho y que exige escapar a través de la válvula de tus dedos calientes sobre el teclado.
En un mundo fracturado por guerras, autoritarismos renacientes o persistentes, y un sistema que parece diseñado para perpetuar la indiferencia, escribir con rabia no es solo una opción, sino una obligación.
Miremos el panorama. En Washington, Trump regresa al poder, polarizando aún más una nación que hace tiempo que dejó de ser ejemplo de nada. En Gaza e Israel, el conflicto no cesa, sigue la espiral viciosa de sangre, ruinas y odio que arrastra generaciones enteras al abismo. Ucrania sufre bajo las bombas rusas mientras Putin juega su ajedrez geopolítico, moviendo piezas que son vidas humanas. Venezuela seguirá atrapada en un régimen que devora a su propio pueblo, entre la miseria y la represión. No es un solo foco; es el planeta entero en llamas, un incendio al que pocos se atreven a mirar directamente, mientras la falta de políticas y el exceso de divisiones nos hacen preguntarnos quién está al volante, si es que hay alguien.
La indignación es inevitable, pero ¿qué hacer con ella? Dicen que la mesura es la única respuesta sensata, que lo elegante es reprimir los aspavientos. Por contra, estoy convencido de que el cabreo es un combustible poderoso que puede alimentar el fuego de palabras capaces de atravesar la apatía. Escribir con rabia no es perder el control; es canalizarlo. Es transformar la resignación en denuncia, en verdad, en arte.
Cuando escribes encolerizado, algo esencial ocurre: la honestidad emerge. El disgusto desgarra las máscaras, derriba la corrección política y despoja al texto de cualquier filtro que suavice la realidad. Ya sea un artículo de opinión, un relato breve o un poema, el coraje proporciona a las palabras un filo que corta, una urgencia que exige ser escuchada. No es cómodo ni fácil, convertir esa emoción cruda en algo comprensible requiere valentía. Es afrontar lo que duele, lo enojoso, sin retroceder ni anestesiarse, es compartir ese grito para que otros puedan sentirlo también.
En un mundo de silencio cómplice, escribir desde la rabia se torna un acto de resistencia. Cuando las democracias se tambalean, cuando las bombas caen en Gaza, en Kiev y en otros lugares del mundo, cuando los derechos básicos de las personas se convierten en moneda de cambio, el silencio no es neutralidad: es rendición. Escribir con furia es rechazar ese pacto. Es gritar desde las palabras que aún estamos aquí, que no hemos dejado de sentir ni de luchar.
Escribir con rabia no es destruir: es transformar el grito en un mensaje, el enojo en una denuncia que atraviese el ruido. Es un acto de amor: por lo que debería ser, por quienes no tienen voz, por un futuro en el que aún deberíamos ser capaces de soñar, aunque el presente se empeñe en destrozarlo.
Escribe con rabia. Déjala fluir, que te sacuda, y luego dale forma. Porque en un mundo saturado de cinismo y apatía, tal vez las palabras más llenas de furia sean las únicas capaces de cambiar algo.