A palabras necias, como quien oye llover

Relato inquietante

COLABORACIÓN

Laura Guillamón Rubio

5/20/2024

Soy una cotilla, lo reconozco. Me gusta enterarme de todo lo que se cuece, a mi alrededor y a veinte kilómetros a la redonda. Mis amigos se burlan de mi interés por saberlo todo de todos, incluso los secretos más inconfesables. Y me suelo enterar siempre. Tengo una habilidad especial.

       Llevo unos días con un extraño picor en las palmas de las manos. El primer día solo era eso. Salimos con el instituto al auditorio a ver una obra de teatro, y fui quien más aplaudió. Todos pensaron que me gustaba mucho la obra, pero en realidad chocando las manos una contra la otra es como sentía algo de alivio. Mi amiga Violeta —que por cierto se enrolló el fin de semana pasado con Iván, ella lo niega pero yo les escuché dándose el filete, parecían estar chupando caracoles— me miró con cara rara y me dijo «Pues no es para tanto», pero no le hice caso. Picaba mucho.

        El segundo día las tenía muy rojas, y seguían picando. Pensé que era de tanto rascarme. La picazón se fue convirtiendo en un escozor duro, como ácido, no puedo explicarlo de otra forma, era como si notara una costra naciendo de dentro de mi piel. En el instituto me enteré de que Noelia, la de 4ºB, se ha quedado embarazada y sus padres se la han llevado a una especie de internado con monjas. Es curioso, porque yo estaba en la biblioteca, rodeada de silencio. En el otro extremo de donde yo estaba, dos chicas de la clase de Noelia cuchicheaban en voz muy baja. Ni siquiera la Tulicrem, que vigila con mano de hierro la biblioteca, las oyó. Pero yo escuché todo lo que decían como si me lo estuvieran contando al oído.

        Esta mañana me ha despertado el sonido de Radio Nacional de España. No es un día cualquiera, el programa favorito de mamá, sonaba desde el garaje, en el coche, que papá estaba arrancando para llevar a mi hermano al fútbol. Vivimos en un quinto, y yo oí a Pepa Fernández como si estuviera acostada conmigo en la cama. Noté las manos empuñadas bajo las sábanas y, cuando las abrí, vi que me habían salido sendas orejas en las palmas. Son pequeñas, como las de un bebé. La carne de los lóbulos es rosada, suave y tierna. Fascinada, me he llevado las manos a la boca y he silbado la melodía de Don’t speak, la canción de No Doubt que sonaba en el programa de radio después de que Pepa diese los buenos días a sus escuchantes, Lo he hecho muy flojito, pero el sonido ha entrado en mi cabeza con un estruendo.

          Luego, me he levantado y he pegado las manos a la pared que separa mi cuarto del de mi hermana mayor, que estaba hablando por teléfono mientras se preparaba para ir al trabajo. Joder, yo no sabía que a Mireia le gustan las chicas. Esto es muy fuerte. Disimula muy bien…

          Me voy a hacer de oro.

«Bajo las vendas, mis nuevos ojos escrutaron ciegamente la oscuridad que las vendas les imponían».
(«Soy la puerta», El umbral de la noche, Stephen King)