Vampiro suburbano

Relato observador

Antuán

3/26/2024

Se encontraba Fabio en busca de otra víctima cuya identidad tenía que succionar. Sus procedimientos no eran tecnológicos, con extraños nombres como el phising, el vishing o el smishing; tampoco piratearía ningún archivo protegido de algún organismo oficial.

   Para Fabio, el procedimiento era más simple. Se autocalificaba «un clásico» cuando alguien le preguntaba por su método para conseguir esa información. En pocas palabras, usaba la observación atenta de su entorno.

       Él prefería no explicarlo, ni presumir de que le bastaban los cinco o seis minutos del trayecto entre una estación y otra del suburbano, de cualquier día, hasta llegar a su despacho en pleno centro de la capital. Si eran más minutos, sus resultados mejoraban, pero no eran necesarios. Ese breve lapso le valía para examinar de arriba abajo y de izquierda a derecha, a modo de escáner biométrico de última generación, a los individuos aleatorios que podía considerar de interés.

   En todas estas personas, ya fueran hombres o mujeres, de cualquier edad y condición, escrutaba elementos valiosos, exclusivos. El resultado era totalmente subjetivo, por eso no se confundía jamás. Evaluaba detalles sugerentes, como una lazada mal apretada en unos zapatos, que decía mucho sobre un apresurado oficinista, gris e irrelevante, más pendiente de la pantalla de su móvil que del riesgo que corría si se pisaba ese extremo del cordón. A eso le podía añadir el descuido del faldón de una camisa, mal remetido dentro del pantalón del traje, o cualquier otro signo revelador, como el peinado de los pocos cabellos que aún cubrían una parte de su cogote, quizás enmarañados, o la presencia o ausencia de alguna joya, alianza, esclava o similar. La suciedad de las gafas, las uñas mal cortadas o la barba con fallos de afeitado podían darle una exclusividad al conjunto del personaje. Todo ello combinado servía a Fabio para cerrar el diagnóstico visual en tiempo récord.

   Como hacía casi todos los días, Fabio se apeaba en su estación tras concluir sus deberes, y haberse apropiado de la esencia de alguna víctima anónima que nutriera las páginas de su siguiente relato breve y asegurase la lozanía de su nueva creación.

    Pero Fabio no era un vampiro, ni un ratero de existencias. Solo era otro escritor, en busca de personajes para el reparto de su siguiente producción.

   Lo inesperado ocurrió varias semanas después, cuando el personaje que Fabio había incluido en un relato, al que tildó de «descuidado pasante en un bufete de segunda», era quien tenía ahora que calificar ese cuento, como miembro del jurado del concurso al que Fabio lo había presentado y cuyo lema rezaba «Gente insustancial»