¡Esas voces!
¿Te pierdes en tu propia voz tratando de sonar original?
Antuán
8/18/2024
La voz narrativa es esa elusiva y casi mágica cualidad que separa a los grandes escritores de aquellos que, bueno, al menos lo intentan. Sería como un buen perfume: irresistible si está bien aplicada, pero en cuanto te pasas, los lectores huyen despavoridos. Para aquellos valientes que se adentran en el mundo de la escritura, encontrar esa voz única puede parecer un reto casi tan complicado como seguir el hilo de una película de Quentin Tarantino, con sus tramas no lineales, diálogos afilados y referencias que te dejan pensando mucho después de que la pantalla se apaga.
Primero, vamos a quitarle algo de pátina culturética al término, pues la voz narrativa, si no lo he aprendido mal, no es más que la manera en que un autor cuenta una historia, una combinación de tono, perspectiva y estilo que aviva (o mata) las palabras de una narración. Llámalo, si quieres, «la personalidad del escritor», pero yo prefiero pensar en ella como ese amigo o esa amiga que no cierra la boca en una reunión: pueden ser encantadores y mantener a todos cautivados, o unos auténticos pesados que nos hacen mirar de reojo la hora cada poco para ver si ya debemos irnos. El problema surge cuando los escritores novatos —yo mismo, por lo de novato, no por lo de problemático—, en su afán por sonar únicos y originales, terminan adoptando una voz que es cualquier cosa menos propia.
Para entendernos, y después de leer muchos artículos que cubren con profundidad el asunto, te resumo a continuación algunos ejemplos de lo que puede hacer naufragar tu historia si no eres capaz de encontrar tu voz propia para narrarla.
El primer tropiezo, tal vez el más común, es tratar de sonar como tu autor favorito, ese escritor al que adoras y cuyo libro llevas a todas partes como si fuera una biblia. El problema es que, en tu afán por emularlo, tu propia voz se diluye hasta convertirse en un triste eco. Lo que podría haber sido una historia fresca y emocionante, se convierte en una especie de collage mal pegado de frases y estilos prestados. ¿Resultado? Una novela que huele a plagio y deja a los lectores con la sensación de haber leído algo que ya conocían, pero mucho peor plasmada.
Luego está quien confunde tener una voz única con reflejar tanta sofisticación que nadie entiende nada. Cree que para que lo tomen en serio, debe trufar su prosa de palabras rebuscadas —como «trufar», sin ir más lejos—, metáforas imposibles y frases que se enroscan en sí mismas como serpientes. ¿El resultado? Un texto que puede sonar bonito en la cabeza de su autor, pero que para el lector promedio es tan claro y ligero como un cubo de chapapote. Si tu objetivo es dejar a tus lectores rascándose la cabeza y dudando de su repentina perplejidad, sigue por este camino… pero deja miguitas para encontrar el camino de vuelta.
Hay quien escribe pensando que su vida personal es tan fascinante que merece ocupar todas las líneas del relato, aunque la historia vaya de dragones de una galaxia lejana. Es una voz tan egocéntrica que se convierte en un monólogo sin fin del autor sobre el autor. Lo que podría haber sido una épica de fantasía, termina siendo un ensayo sobre las aventuras del firmante en su cafetería local. Un «sujétame el cubata, que te voy a explicar», pero por escrito. Al darse cuenta del engaño, los lectores abandonan la lectura en masa, en busca de una historia que… you know, no vaya toda sobre ti. Para evitarlo, aplícate la primera parte de «no me lo cuentes, muéstramelo» a la narración de tu vida. Si acaso, deja que las experiencias personales emerjan de manera sutil a través de los personajes y el contexto, en lugar de vampirizar toda la trama. Así, los lectores encontrarán una historia rica y equilibrada, donde tu esencia esté presente sin ahogar la narrativa.
Y no podemos olvidar al escritor que cree que más es mejor, que chapotea en la redundancia como un gato atraído por un ovillo de lana. Llena páginas y páginas con descripciones entre farragosas y minuciosas de cada detalle, desde el color exacto de las cortinas hasta la textura de la madera de la mesa en la que se sientan los personajes. Cada detalle es merecedor una biografía más prolija que la del protagonista. ¿El resultado? Un lector que, exhausto, se pierde en un mar de palabras innecesarias y termina olvidando de qué iba la historia. La trama se hunde bajo el peso de tantas descripciones que, aunque brillantes, no aportan nada esencial.
¿Cómo evitar estos tropiezos y encontrar tu voz? Todos los articulistas consultados coinciden en que lo mejor es ser auténticos, es decir, escribir desde la verdad personal sin preocuparte demasiado por lo que otras personas puedan pensar. Ni trates de sonar como otro autor, ni compliques las cosas sin necesidad y, por favor, deja tu autobiografía para tu diario personal. La voz narrativa es como una huella dactilar: única e inimitable. Así que relájate, deja de fingir ser alguien diferente y deja que tu voz brille con su luz.
Déjame que me ponga ahora el gorro de experto e impostor para estas últimas líneas. Recuerda: los lectores quieren escuchar lo que tú tienes que decir, con tus palabras, no lo que ya dijo y como lo dijo otra persona. Si todo falla, siempre puedes culpar a la musa de tu falta de inspiración. ¡Ella no puede defenderse… y lo sabes!